jueves, 27 de junio de 2013

Ocuparse, preocuparse, esperar, actuar.


Constantemente busco oportunidades de aprendizaje, nuevos conocimientos, formas diferentes de atender a mis clientes, para que consigan crecer.

En estas últimas semanas he estado recibiendo un curso de Coaching, reciclando lo que sabía y aprendiendo cosas nuevas. Siempre puedes aprender cosas nuevas, y en este caso he aprendido muchas: ideas, herramientas, conceptos, modelos.

En cualquier aspecto de nuestras vidas, siempre es posible aprender, y utilizar ese aprendizaje para crecer como personas y para mejorar el desempeño en cualquier tarea.

Podemos mirar alrededor buscando nuevas enseñanzas, y podemos ir hacia ese aprendizaje, creando oportunidades de aprender.

En una entrada anterior contaba que Siddharta, el personaje del libro del mismo nombre de Herman Hess, decía de sí mismo que sabía esperar, meditar y ayunar.

Saber esperar no es aguardar a que alguien te coja en brazos y te lleve hasta tu objetivo, no es mirar al cielo aguardando la caída del maná. Saber esperar es preparar el carro, los arreos, engrasar las ruedas y asegurar el asiento, para que cuando pase al galope el caballo Oportunidad, puedas engancharte y, a partir de ahí, continuar guiando tu vida.

Algunas personas esperan a que la oportunidad clara llame a su puerta, les coja de la mano y les lleve. Mientras tanto culpan a todo cuanto les rodea por no alcanzar su meta.

Otros dedican toda su atención a todo aquello que no pueden controlar, al tiempo, al clima, a los demás, a las estadísticas… Se preocupan de elementos de su entorno sobre los que no tienen control, y claro, se desesperan.

Frente a esa preocupación improductiva, mejor ocuparse de aquello sobre lo que sí tienes el control, aquellas cosas que puedes hacer para crecer, para conseguir tus metas, para avanzar o, si estás esperando a que llegue la oportunidad, para prepararte.

Por ejemplo los opositores, que estudian mientras llegan los exámenes están preparándose para su oportunidad. En estos tiempos de oportunidades reducidas, prepararse es importante. No pueden controlar cuándo llegará el momento de la convocatoria de la oposición, ni siquiera pueden controlar que esa oposición llegue a convocarse de nuevo. Pero sí pueden ocuparse de hacer su preparación lo más amplia posible, y pueden estar atentos a otras oportunidades de trabajo.

Ocuparse, actuar, pensar de qué modo podemos conseguir nuestra meta, sea cual sea, y con el convencimiento de que su conquista vendrá a través de la acción, no de la inacción; alcanzar el objetivo vendrá de su búsqueda activa, no de esperar a que caiga del cielo.

En la espera, podemos actuar y ocuparnos de crecer, de entrenar, de aprender. Podemos investigar nuevos caminos, podemos remodelar los objetivos si se vuelven demasiado complicados.

Esperar no es estarse quieto, preocupados por la lluvia que no llega o el barco que no pasa. Esperar es estar con los ojos abiertos, mirando y viendo el entorno, ocupados en estar preparados.

Por eso cuando tengo tiempo me dedico a prepararme más, a aprender, esperando la próxima ocasión de ayudar a quién me llame a superarse, a mejorar y a crecer.

Y a ti que lees estas líneas ¿qué te impide prepararte? ¿Qué te impide ocuparte de tu vida?

miércoles, 19 de junio de 2013

VERBALIZANDO



Verbalizar es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “Expresar una idea o un sentimiento por medio de palabras”

Si atendemos a las conversaciones a nuestro alrededor, de una manera superficial, parece que las personas constantemente hablamos de nuestros  sentimientos… pero… si atendemos un poco más, veremos que lo que se expresan son opiniones, ideas y sentimientos sobre los demás, y en muchas ocasiones reproches.

“Me vuelves locaaa” le gritaba el otro día en el metro una madre a su hijo. No conozco los antecedentes de la situación, así que no puedo saber si lo que decía era cierto, aunque fuera figuradamente. De lo que sí estoy seguro es de que la madre estaba lanzando hacia su hijo una bomba de reproche.

En alguna entrada anterior he tratado el tema de la asertividad, de la comunicación asertiva como forma de relacionarse con los demás, expresando nuestros sentimientos, pero sin hacer de ellos un arma arrojadiza, sino de forma que el “otro” entienda lo que sentimos, y podamos juntos encontrar un camino de encuentro en las acciones de ambos.

¿Es posible esa comunicación asertiva en el interior? Es decir, ¿Podemos verbalizar nuestros sentimientos sin que suponga además un daño hacia nosotros mismos? ¿Podemos hablar con nosotros mismos diciendo lo que sentimos acerca de nosotros, sin hacernos daño en el intento? Seguro que sí.

Verbalizar las emociones positivas es importante. Permite que nos hagamos explícito lo que sentimos de bueno, permite que reconozcamos lo positivo de nosotros, lo que nos gusta de nuestra forma de ser. Ese refuerzo positivo servirá para tener más claros nuestros valores, nuestros amores.

Y verbalizar las emociones negativas también es importante. Porque al hacerlas explícitas las quitamos parte de su poder sobre nosotros. Permite que las alejemos de la esfera íntima, que las veamos desde fuera, que las pongamos en otro contexto, mirarlas con otras gafas o desde otra óptica, o con un cristal de otro color.

Claro, que hay un pequeño detalle en los dos últimos párrafos, algo que podría darse por supuesto, y no es así. He escrito deliberadamente “emociones positivas” y “emociones negativas”. Con una valoración que la mayoría entenderá, quizás. Sucede que posiblemente no todos entendamos negativo y positivo de la misma forma.

Para algunas personas la tristeza puede ser constructiva, les puede permitir elaborar arte de forma más intensa. Sin la tristeza que conlleva, el Adagio de Albinoni no sería tan hermoso.




Para otras personas esa tristeza es incapacitante, cuando se instala de forma permanente sin que la pérdida sea asumida .

Sin embargo en ocasiones la tristeza, el dolor por las pérdidas, es sanadora. Permite dejar que la “herida” se cure. Llorar para dejarlo ir.

No tengo tan claro que tristeza sea una emoción negativa. Y lo mismo seguramente se podrá decir de muchas otras emociones que se sitúan en la esfera de lo “que hay que evitar” en este primer mundo volcado hacia la satisfacción y la felicidad.

Entonces ¿qué he querido decir con emociones negativas? Simplemente aquellas que te hacen sentir mal, Son emociones a veces asociadas a situaciones cuya evocación te produce encogimiento físico,  situaciones que, al recordarlas, te hacen mirar hacia abajo y entrecerrar los ojos. Verbalizar lo que sientes en ese momento puede ayudar a entender, poner nombre al sentimiento, y comprenderlo es uno de los primeros pasos para, después, pasar a la acción y quitarle el poder a esa emoción, a ese sentimiento que nos aturde.


martes, 11 de junio de 2013

RETROVISORES

Muchas veces, cuando voy andando, echo de menos llevar retrovisores, porque me permitiría ver si viene alguien detrás y así evitar chocar con él.

Estamos acostumbrados a llevar retrovisores en los coches, en motos y hasta  en bicicletas. La verdad es que está bien poder ver qué viene por detrás.

Los retrovisores permiten ver hacia atrás, pero lo que en realidad nos permiten es predecir el futuro.

Lo mismo pasa en nuestra vida. Nos formamos ideas, prejuicios, llevamos detrás un buen bagaje de conocimientos y aprendizajes. Todo ello nos puede servir para predecir el futuro y no cometer otra vez el mismo error, o mejor aun, volver a hacer las cosas igual de bien.

Otras veces esos prejuicios nos impiden avanzar. Sería como quedarse mirando mucho tiempo el retrovisor del coche. Tratar de contemplar la carretera que ya pasó, o intentar ver si había un camino que nos hubiera venido mejor. No sirve.

Las personas avanzamos en la línea del tiempo siempre hacia delante. Los conocimientos adquiridos son importantes. El cerebro es capaz de aprender rápidamente cuando algo nos causa daño, y ancla esa vivencia en la parte más interna del cerebro, el sistema límbico (en el libro Inteligencia Emocional de Daniel Goleman está muy bien explicado).

Es un efecto adaptativo que permite reaccionar de forma inmediata ante un peligro similar.

Pensemos por ejemplo en el fuego, rápidamente aprendemos que es necesario evitarlo, y esa parte profunda del cerebro hace que el cuerpo reaccione de forma inmediata ante un fuego de grandes magnitudes, huyendo. El cuerpo reacciona antes incluso de que la parte “pensante” del cerebro sea capaz de procesar la información de forma completa (el cortex prefrontal).

Sucede lo mismo cuando algún objeto sale disparado hacia nosotros (a una velocidad visible), el cuerpo reacciona apartándose de forma instintiva.

Otra veces el aprendizaje imbuido en ese cerebro primitivo no resulta tan adaptativo. Sucede por ejemplo cuando entramos en una escalera mecánica o una cinta móvil que está parada, el cuerpo reacciona intentando equilibrar el cuerpo con el movimiento que espera encontrar, y sentimos un pequeño movimiento en el suelo que en realidad no se ha producido, se llama idea fija (y si la escalera o la cinta se estuviera moviendo sí resultaría adaptativo).

Nuestro cerebro es muy complejo, en todo caso. Durante toda nuestra vida estamos aprendiendo. Durante toda nuestra vida hacemos juicios, en especial de otras personas o de situaciones. Resulta útil poner en duda esos prejuicios, porque a veces las situaciones cambian. Es decir, lo que valía para un momento ya no vale para otro. Otras veces nos enquistamos en el aprendizaje, y adquirimos “vicios” de actuación que resultan difíciles de evitar.

Me pasó esta Semana Santa, cuando fui a esquiar después de muchos años. Tenía los vicios adquiridos de los esquís que se utilizaban hace 20 años, y me costó cambiar el movimiento del cuerpo para adaptarlo al nuevo material.

Es el momento de desaprender (del que ya he hablado en otra entrada). Cuando se trata de desaprender habilidades físicas para mejorarlas después, puede resultar complicado de conseguir, pero es fácil de aceptar. Más difícil es aceptar el desaprendizaje de “conocimientos”, de ideas y procesos mentales que se han dado por ciertos durante mucho tiempo.

También es importante dejar de mirar el pasado. Si pasas demasiado rato mirando por los retrovisores, o te detienes y dejas de avanzar, o te arriesgas a tener un accidente. Lo que es seguro es que dejas de ver la carretera que va pasando, te pierdes en definitiva todo lo que el camino te ofrece de nuevo.

No sirve de nada regodearse en el pasado. Resufriendo aquello que nos hizo daño. La mente suele recordar mejor aquello que nos hizo felices. Eso es lo que nos debe quedar, como lugar al que volver en momentos de incertidumbre, como lugar del que volver a partir hacia delante.

martes, 4 de junio de 2013

La Física, la Psicología, la Medicina y las personas.


Envidia de la física.


Cuando dos cuerpos están cercanos, el de menor masa es atraído por el más grande (hablo de física). Cómo la Tierra es mucho más grande nuestros cuerpos siempre se dirigen a la tierra.  A eso lo llamamos caer (sido hablando de física). Es una de las leyes inexorables de la física. Siempre se cumple.

La psicología y otras ciencias relacionadas con el ser humano tienen envidia de la física, y siguen queriendo hacer leyes inexorables o al menos que se cumplan en el mayor número de casos posibles, para acercarse a la física (ahora hablo de ciencias).

Es necesario para que podamos hablar de una ciencia. Por eso se hacen experimentos, buscando demostrar hipótesis cuyo cumplimiento determine la aplicabilidad de la ley a la mayoría de los seres humanos.

Esto es necesario porque de lo contrario no podríamos tratar a las personas, no podríamos mejorar la vida de los demás.

En el caso de la Medicina es también muy importante, porque de lo contrario no se podrían tratar las enfermedades.

Una cosa son, sin embargo las investigaciones, y otra muy distinta el trato con las personas. En el caso de los psicólogos el trato con las personas, individuales y diferentes, es fundamental, y es inconcebible la práctica de la Psicología sin atender a lo que cada persona tiene de especial.

En la Medicina la situación es distinta. Tratan con pacientes y en ocasiones solo con enfermedades. Tal vez sea difícil plantearlo de otra manera, porque como he dicho, la medicina no es una ciencia exacta, y a veces falla. Una implicación excesiva de los médicos con sus pacientes podría perjudicar su propia salud mental.

Pero la palabra a destacar es "excesiva".

Los pacientes son personas, y los médicos de familia lo saben bien. Ellos tratan con el paciente que viene a verlos, y saben qué necesita cada uno.

Los médicos de hospital no entran a valorar a las personas. Tienen en sus manos enfermedades, y en ocasiones distinguen así a sus pacientes.

En su libro “La Ciencia de la Salud”, el cardiólogo Valentín Fuster examinó el aspecto humano del trato médico-paciente. Explicaba que las personas mejoran mucho más rápidamente cuando su médico entra en la relación personal y apoya a ese paciente como persona. El apoyo positivo es determinante en la mejoría de las personas.

A veces preguntar a los pacientes más allá de los síntomas tal vez hiciera ver cosas diferentes. Algunos pacientes quieren mimos, otros quieren que se les diga que van mejor, otros quieren salir del hospital cuanto antes, y seguramente mejorarán más rápido en su casa.

Tal vez no tengan mucho tiempo que dedicar a cada paciente, y tal vez lo que prime ahora sean criterios económicos. Pero no podemos olvidar que cada persona es distinta, se comporta de forma distinta, vive de forma distinta, enferma de forma distinta y sana de forma distinta.

Hoy la entrada es más corta, porque la escribo desde un hospital, como acompañante. Seguro que el próximo día es más extensa. Seguro porque mi padre siempre se recupera, primero mentalmente, y luego físicamente. Alguna vez extravía la sonrisa, pero nunca la pierde.