miércoles, 22 de noviembre de 2017

CARPE DIEM

El lenguaje positivo es muy importante, especialmente en los diálogos internos, cuando hablamos con nosotros mismos.

Igual de importante es saber cortar el diálogo interno negativo, ese que es una espiral de palabras que cada vez nos sumergen más en la sensación de derrota, o en el enfado.

Es curioso ver como cuando nos levantamos con el pie izquierdo, esos días en los que tenemos una nube negra encima de la cabeza (nube que sólo nosotros vemos), cualquier pequeño contratiempo produce un ataque de ira, de enfado disparado o de frustración. Puede ser que reaccionemos de forma exagerada a un comentario, acción o inacción de alguna persona.

Entonces la cabeza comienza a dar vueltas a un pensamiento creando una ofensa que no existió, creando una situación imaginaria cada vez más complicada e irracional o simplemente realimentando ese enfado hasta que se convierte en una bomba a punto de estallar. Un pequeño impulso por parte de la persona más cercana en un momento hace estallar el enfado, a destiempo las más de las veces.

El diálogo interno suele ser algo como:

 - ¿Por qué esta mañana no me ha saludado? (un hecho irrelevante)

 - ¿Le habré hecho algo? (una muestra de inseguridad)

 - Pues que yo sepa no… es que siempre tiene que estar en contra mía (generalización)

 - Y siempre es él (ella) quien me ignora, y siempre me está pidiendo cosas, y nunca me hace caso, y no se acuerda de lo que le digo, y... (más generalizaciones que cada vez van más hacia el pasado, se tornan más retroactivas recordando viejas (y no siempre reales) injurias.

El resultado final es una sensación de “te vas a enterar cuando te vea” que no se corresponde con la causa inicial del enfado.

Otro de los diálogos negativos en los que de vez en cuando nos vemos inmersos es en esas situaciones en las que no conseguimos hacer algo fácil.

El otro día me pasó algo así a mí; fue un día de esos en los que tienes las manos de mantequilla y se te cae todo, y tiras mil cosas con el codo. Es fácil decirse “que inútil soy”, cuando en realidad, y como mucho debería ser un “que torpe estoy”. A veces ese diálogo interno es inconsciente, ni siquiera es un diálogo verbalizado, sino una serie de sensaciones negativas que nos van invadiendo.

Si esas sensaciones toman el control del cerebro, algunas personas pueden volverse “inválidos mentales”. En el caso extremo está la llamada “indefensión aprendida”, estudiada por Martin Seligman.

Hay un cuento que se ajusta a la perfección a la idea que intento contar. Es un cuento del libro “Déjame que te cuente” de Jorge Bucay.

Cuentan que en un circo había un gran elefante. Un niño miraba a ese elefante sorprendido de que no se escapara, porque tan solo estaba sujeto por una pata a una pequeña estaca clavada al suelo. Con muy poco esfuerzo elefante podría haber podido soltarse. Sin embargo permanecía quieto. El cuidador le explicó que cuando era pequeño ese elefante le sujetaron a una estaca similar, fijamente clavada al suelo. Ese elefantito no pudo soltarse por más que lo intentó. Aprendió que no podía soltarse. Esa idea se quedó fijada en su cerebro, y cuando creció nunca intentó soltarse.




Es fácil pensar que eso solamente les sucede a animales, pero que las personas podemos usar el razonamiento para evitar situaciones como esta.

Antes de continuar, os invito a ver el siguiente vídeo:




Una vez que lo hayáis visto, pensad, esos chicos fueron engañados, diciéndoles que podían hacer una tarea que era imposible. El resultado fue que se sintieron incapaces de hacer después una tarea que era posible. Pero si miráis bien, veréis que no les pasa a todos, algunos de ellos encuentran la solución a la tercera palabra, aunque no han sido capaces de encontrar las dos primeras.

¿Cuál es la diferencia entre unos y otros? ¿Por qué algunos de ellos han sido capaces de sobreponerse a la indefensión aprendida?

Hay varias posibles respuestas. Una que hicieron trampa y miraron a sus compañeros de al lado, comprobando que no todas las hojas eran iguales, o bien no siguieron las instrucciones y trataron de resolver los tres anagramas a la vez. Eso significa que son personas capaces de salirse de las normas marcadas, y eso a veces les da resultados positivos.

Otra respuesta al enigma es que son personas diferentes en otro sentido, son optimistas (¿os suena la palabra?) y en vez de darse por vencidos intentaron lo que parecía imposible, pensando algo así como “que una vez no lo haya conseguido no significa que no sea capaz”. Este optimismo recalcitrante es el que vengo proponiendo.

Hay otro cuento de Jorge Bucay que me gusta especialmente y que explica muy bien cómo el mantenerse optimista, el mantener el objetivo, puede ayudarnos.

Un día dos ranitas se acercaron a una casa, atraídas por un olor que desconocían. Entraron por la cocina y cayeron a una fuente de nata. Comenzaron a mover las patas, a nadar para salir de ese líquido espeso, pero no conseguían avanzar y llegar al borde. Una de las ranitas se dejó vencer por la desesperación, dejó de nadar y se hundió. La otra ranita continuó nadando, decidida a mantenerse a flote mientras le quedaran fuerzas, decidida a llegar al borde de la fuente. A fuerza de mover las patas, de batir la nata, ésta se convirtió en mantequilla, así que de repente la ranita se vio encima de una masa sólida, de la que salió en dos saltos corriendo después hacia su estanque.

No darse por vencido, pero sobre todo, no suponer que somos inútiles, solamente porque no hayamos conseguido hacer algo que otros sí pueden. Las personas NO somos todas iguales, no tenemos todos las mismas capacidades o intereses, ni gustos. Esto no nos hace mejores o peores (por eso somos iguales ante la ley según, especialmente, el dinero que podamos poner en sus balanzas).

Lo que sí es posible es superar esa sensación de incapacidad, haciendo un trabajo continuo de autoconfianza, de optimismo.

Y por último, quiero enlazar esta continua invocación del optimismo, como medio de mejorar nuestras capacidades con una forma de ver la vida.

Carpe diem es una locución latina que literalmente significa 'toma el día', que quiere decir 'aprovecha el momento', en el sentido de no malgastarlo. Fue acuñada por el poeta romano Horacio.

Hay que aprovechar las ocasiones, las posibilidades que se nos ofrecen. Está muy bien vivir el momento, pero Carpe Diem significa “aprovecha el momento”, y eso incluye aprovechar lo que la vida te ofrece de trabajo, de aprendizaje, de mejora, de crecimiento.

CARPE DIEM SIGNIFICA LITERALMENTE 
"TOMA EL DÍA", 
QUE QUIERE DECIR PARA MI 
"APROVECHA EL MOMENTO"

Aprovechar el momento, tomar el día, no debe tomarse como una invitación al hedonismo absoluto sino “aprovecha la ocasión”, utiliza todo lo que la vida te da.

Ese aprovechar el instante incluye no desesperar, mirar la vida con optimismo y con los ojos abiertos para VER lo que nos ofrece, para VER las ocasiones de crecimiento, de trabajo, de aprendizaje, de compañía, de placer, de felicidad. Es un canto a abandonar la pereza (esto me cuesta mucho a mí, sobre todo a la hora de la siesta, tanto me cuesta que en general dejo que la pereza me gane en esos momentos), a lanzarse a la vida a tomar cada gota de ella.

Las personas con base optimista verán esas ocasiones cuando lleguen, porque en general no estarán dándole vueltas a las ocasiones perdidas, a lo que no fueron capaces de hacer, a la humillación sentida y vista solo por ellas, a la punta de sus zapatos. Los optimistas tendrán los ojos y los oídos abiertos, para hacer y obtener. Aunque no lo consigan siempre. PERO, lo volverán a intentar buscando en los fracasos, como mucho, qué falló para hacerlo bien a la próxima, para intentarlo de otro modo o hacer otra cosa si esa es imposible.




jueves, 26 de octubre de 2017

EFICIENCIA, EFICACIA Y USO DEL TIEMPO

El tiempo no se pierde, pasa, y a veces se emplea en hacer cosas.

Lo que sucede es que a veces empleamos el tiempo disponible en asuntos que luego nos producen remordimientos, o sensación de haberlo empleado mal. Pero eso no significa que lo hayamos perdido.

Y esa sensación aparece tanto en el tiempo que dedicamos al ocio, como el que dedicamos al trabajo.

Somos libres del todo en emplear el tiempo de ocio en lo que queramos: estar con la familia, con los amigos, leer, hacer deporte, meditar, dormir, soñar... Es tiempo de descanso.

También somos libres (siempre) de dedicar el tiempo de trabajo a lo que queramos... lo que sucede entonces es que tal vez nuestro jefe no acepte usos que no estén relacionados con la tarea. O lo que es pero, que nosotros mismos no aceptemos el uso que estamos dando al tiempo de trabajo.


EL TIEMPO NO SE PIERDE,
PASA
Y A VECES SE EMPLEA EN HACER COSAS


Cuando además hay muchas tareas por hacer, no se completan todas y además tenemos la sensación de no haber empleado el tiempo adecuadamente, entonces aparece ese remordimiento, ese malestar de haber perdido el tiempo.

Pero... por qué tenemos esa sensación, por qué no nos sentimos capaces de emplear todo el tiempo en nuestro trabajo.

Hay muchos elementos en juego.

Por ejemplo la motivación para actuar, el cansancio del día o acumulado, la capacidad de mantener la atención y la concentración en la tarea. De todos estos aspectos he escrito con anterioridad en el Blog.

Hoy hablaré de eficiencia y eficacia.

Eficacia es la capacidad de alcanzar el efecto deseado, es decir, somos eficaces si conseguimos nuestros objetivos laborales, vitales...

Eficiencia es la capacidad para realizar o cumplir adecuadamente una función, es decir, somos eficientes si alcanzamos nuestros objetivos con el menor gasto posible.

Si mi meta es andar diez kilómetros, soy eficaz si los he andado, pero si he tardado tres días no he sido eficiente en el uso del tiempo.

En las empresas se busca alcanzar objetivos, olvidando a veces el concepto de eficiencia.

Porque efectivamente podemos hacer el trabajo mal, bien, muy bien o "perfecto". Aquellas personas que se empeñan en que todo quede perfecto, sin ningún error de ningún tipo, sin fallos, absolutamente limpio, completamente ordenado... no son eficientes, aunque sean eficaces.

Claro que depende de la tarea, pero a partir de un punto de corrección, el tiempo empleado en perfeccionar el trabajo es muy alto en comparación con el resultado obtenido. Se llama curva de la eficacia.

Y como decía en la entrada anterior, todo va de decidir: para que el empleo del tiempo de trabajo sea eficaz y eficiente, es necesario DECIDIR antes cuales son los objetivos, y DECIDIR los indicadores que nos señalarán cuando se han alcanzado, aunque no se haya alcanzado perfectamente.

Supongamos que el trabajo de la próxima semana es determinar en nuestra empresa un nuevo ámbito de trabajo. Se trata de decidir los límites del nuevo servicio o del equipamiento que podemos ofrecer, su precio, el modo de entregarlo, el tiempo que se tardará en ponerlo a disposición del cliente una vez que acepte adquirirlo, el servicio post-venta que queremos darle...

Todo son decisiones.

Si queremos que el trabajo sea perfecto, tendremos que evaluar cada una de las posibilidades de cada una de las aristas de la oferta. Y son seguramente muchas.

Si queremos que el trabajo sea eficaz necesitamos determinar un límite de tiempo para acabarlo, y aceptar un grado de incertidumbre en el resultado, y aceptar que podemos mejorar ese trabajo en el futuro.


miércoles, 4 de octubre de 2017

GESTIÓN DEL TIEMPO

O cómo ser más eficaces

Vuelvo a escribir después de mucho tiempo.

Y precisamente del uso del tiempo voy a hablar hoy, volviendo a los orígenes de SUMAR, que son el aprendizaje y la mejora del rendimiento.

Y es que el tiempo no se pierde, no se evapora, sino que se emplea en aquello que en cada momento se decide.

El tiempo empleado en descansar no es tiempo perdido, como tampoco lo es el dedicado al ocio. Cada persona decide a qué dedicar su tiempo.

          Al final, todo va de decidir

Si decides dedicarlo a acciones que no contribuyen a tus objetivos, entonces tal vez tengas la sensación de perder el tiempo.

Cuando se trata de trabajo o de estudios, ese empleo del tiempo puede ser eficaz o no.

Será eficaz si alcanzamos los objetivos propuestos, pero para ello primero tendremos que definir las metas que queramos alcanzar, ya sea en el día, en la semana, o en el periodo de tiempo que decidamos.

Porque al final todo va de decidir.

Decidir la meta

Esta es la primera tarea que debemos hacer.

Porque si no conocemos nuestro objetivo, si no hemos decidido qué hacer en la vida, en el trabajo, en el día, no seremos capaces de ordenar un camino para alcanzarlo.

Así que, emplea tiempo en pensar cuál es tu objetivo, dónde quieres ir, antes de empezar a andar.

Decidir cada día cuáles son tus objetivos, laborales o de estudio, o bien planificar y programar las tareas a realizar en el periodo de tiempo que establezcas.

Decidir que es urgente e importante

En un día normal de trabajo, o de estudio, se emplea tiempo muchas veces en cosas que no tienen nada que ver con el objetivo marcado. A veces creyendo que esa tarea a la que dedicamos tiempo es importante o urgente, otras veces, por pereza, se busca alguna distracción, y otras veces simplemente es falta de organización.

Definido el objetivo, dentro de una jornada de trabajo, podemos dedicar algún tiempo a establecer qué es más importante, qué es urgente, y qué es secundario, es decir lo que puedo hacer otro día.

Una tarea es importante si influye en que alcancemos nuestra meta o no. Y es tanto más importante cuanto más decisiva es.

Por ejemplo, si nuestro objetivo es iniciar un negocio, es importante hacer un estudio de mercado del objeto de nuestro negocio, para ver si el producto o servicio que vamos a vender tiene cabida en ese mercado. Si tiene posibilidad de ventas en una zona geográfica determinada, entonces será importante encontrar locales en esa zona, pero de nada sirve encontrar un buen local si antes no tenemos la seguridad de poder vender ese producto o servicio en esa zona.

Una tarea es urgente si tiene límite temporal, es decir, si solamente tiene sentido hacerla antes de que llegue un momento del día o de la semana.

Por ejemplo, llamar a un restaurante para reservar mesa para comer es urgente por la mañana, pues o se hace antes de la comida o ya no tendrá sentido.

La pregunta entonces es ¿y si no llamo tiene repercusión en mi meta?

Depende de la respuesta que cada uno dé a esa pregunta, la tarea puede resultar importante o no, y por tanto, si es urgente además, debe hacerse en primer lugar.

Decididas cuales de las tareas son importantes y urgentes, realizaremos primero las más decisivas, las más importantes y urgentes, después las importantes aunque no sean urgentes, y aquello que sea urgente, pero no sea importante se deja para el final, o se hace en momentos programados de descanso.

La agenda

Para que la programación del día sea eficaz, es interesante conocernos a nosotros mismos, nuestra capacidad de mantener la concentración en las tareas, y el tiempo que dedicamos a cada una de las rutinas diarias. Con estos datos podemos establecer una agenda.

Primero podemos hacer una lista de todo lo que hayamos decidido hacer en la jornada de trabajo.

Segundo conviene separar lo importante, lo que tiene influencia en nuestra meta, de lo que no lo es, por muy urgente que parezca (por ejemplo contestar al WhatsApp del grupo de futbol no es importante, y seguramente tampoco es urgente, por muchas veces que suene el teléfono).

Después podremos colocar cada tarea en función del tiempo disponible, y de lo urgente que sea.

Al final de la jornada podremos comparar el tiempo que pensábamos dedicar a cada tarea con el realmente empleado. Además es interesante chequear cuantas de las tareas importantes se han acabado.

En futuras entradas veremos más cuestiones sobre la gestión del tiempo, como el rendimiento en función del cansancio, las leyes del tiempo, posponer, postergar y procastinar, cuáles son tus ladrones de tiempo.


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